sábado, 23 de abril de 2011

Crónicas de un ambulatorio en el pueblo de los condenados: ¡ME HAN ENVENENADO!





Otra guardia más. Sigue el verano, hoy un poco más fresco, pero verano al fin y al cabo. Una de esas tardes, más o menos sobre las 16.30 horas para ser más exactos, cuando aún tienes esa modorra del después de comer, suena el móvil de los avisos a domicilio y al contestar me habla una voz femenina al otro lado:


- "Buenas tardes, llamamos desde el Centro Coordinador para notificarle de un aviso domiciliario"
- Más bien será desde el centro descoordinador - pienso yo, mientras le digo - "dígame, ¿qué ocurre?"
- "Han llamado de la Calle San José Nº 42, por una mujer de 40 años con dolor torácico, queda notificado" - y cuelga el teléfono.
- "Gracias!" - digo en voz alta con total incredulidad viendo al asqueroso móvil! - "Al cabo que ni quería saber los antecedentes de la mujer, o un poco cómo era el dolor... o por lo menos el estado general de la mujer..."


Me asomo a la ventana y veo el sol. Suspiro... me voy a la pared donde tengo el mapa del pueblo, y como no tengo carro y además el simpático de la ambulancia a estas horas me responderá la de siempre "Yo estoy para trasladar pacientes, no para hacerle de taxi"; me tocará ir al susodicho aviso en mi fabuloso "Dodge" "Dodge-patas", es decir, a pié. Me tardo cerca de unos 5 minutos en encontrar la dichosa calle en el mapa, ¡claro! Murphy es demasiado sabio, a la final queda casi del otro lado del pueblo... ¡mierda!


Bueno... suspiro... me dirijo a la estantería donde tenemos los materiales básicos y al lado de ella veo el súper-maletín rojo de los avisos, un maletín que es más grande que una maleta mía de un mes (y mira que yo soy capaz de necesitar vainas durante un mes) y sobretodo ¡pesa más que un matrimonio obligado!. Veo el maletín, veo la ventana... veo el termómetro que marca 38ºC, veo el mapa... ni de vaina!, no me pienso llevar ese muerto cargado hasta la dichosa casa...


Así que decido hacer acopio de mi inteligencia y empiezo a llenar mis bolsillos de la bata con las cosas que creo que podrían hacerme falta en un dolor torácico de una mujer de 40 años, de la que no sé absolutamente más nada, y empiezo:


- "Diclofenaco ampolla, por si es muscular. Diacepam ampolla, pa' lo mismo; alprazolam sublingual y tranxilium por si es ansiedad, Aspirina y cafinitrina no vaya a ser que de verdad esa vaina sea de perfil coronario, el tensiómetro y el glucómetro capilar, para poder medir sus signos vitales.... De verdad que no me vendría mal que los laboratorios me dieran de una vez un "pulsi" (con esto nos referimos a un pulsioxímetro, aparatejo que colocamos en los dedos de los pacientes y nos dan de manera bastante bien aproximada una idea de cómo está su oxigenación, para que me entiendan...). Ah! claro! y con el perfil de esta gente un haloperidol y midazolam no me vendrían nada mal."- Voy diciendo todo mientras mis bolsillos se quedan cada vez más abultados - "Y como la cosa se me ponga fea, el de la ambulancia tendrá que venir, le guste o no".


Y así echo a andar por el dichoso pueblo, ¡que calor!. A pesar de todo aún soy capaz de apreciar la belleza de la arquitectura andaluza y ciertos detalles de las entradas de las casas. Tras una media hora de caminata llego a la susodicha casa y toco el timbre.


Me abre la puerta una mujer de aprox unos 70-75 años, con gesto de preocupación evidente, pero también percibo otra cosa... ¿vergüenza?...


- "Mire doctora, que bueno que ha llegado, se trata de mi hija" - y toma aire la mujer, para seguir hablando con voz temblorosa - "Es esquizofrénica, lleva varios días que no se toma la medicación, se llama Mercedes, y está muy nerviosa. Cada vez que me ve empieza a gritar, y empezó a decir que le dolía mucho el pecho, que llamara a un médico".


- "Vale, no se preocupe Ud, ya veremos qué podemos hacer" - le respondí, a la vez que en la mente me pasaban mil pensamientos a la vez.


Lo primero llamo a la ambulancia, para que acudiera al domicilio, pues probablemente la mujer necesitaría ser trasladada al Hospital y no me quedaba claro que yo sola pudiera con ella. Luego vi la lista de números de teléfonos guardados en la agenda, buscando el de la Guardia Civil, no vendría nada mal tenerlo a mano en caso de que la situación se pusiera violenta.


Paso a la casa, y en la entrada misma, la primera puerta a mano derecha es la habitación donde se encuentra la paciente, con la puerta cerrada. La madre me va a abrir la puerta, pero con un gesto le pido que espere, necesito ajustar mi vista al interior de la casa, ahora mismo veo todo oscuro, además de que no me queda tan claro que me interese que la madre entre conmigo, si ya me está comentando que la hija reacciona de esa manera cuando la ve.


Le pido a la mujer que se aparte y abro yo la puerta, con un buen suspiro antes de entrar. Al abrir la puerta me encuentro una habitación pequeña rectangular, las paredes blancas, pocos cuadros colgados, un espejo a mi izquierda con su mueble tocador. y la cama contra la pared frente a mí. Sentada en la cama se encuentra Mercedes, balanceándose hacia delante y hacia atrás, llorando. Levanta la vista y me ve, y en sus ojos puedo apreciar genuina angustia y nada de violencia o desconfianza. Dios, pienso en ese momento, si que sufren...


Entro a la habitación y tragando grueso decido cerrar la puerta detrás mío, todo con movimientos lentos, quiero que ella se sienta segura. Poco a poco me voy acercando a ella mientras ella sigue llorando. Baja la vista, ahora algo más calmada del llanto pasa al sollozo, y fija la mirada en sus manos, entre las que veo un mechón de pelo suyo que ha cortado del flequillo. Me siento a su lado y le pregunto:


- "¿Qué pasa Mercedes?, me han dicho que querías verme" - tono pausado, voz tranquila. A pesar de que estoy un poco asustada, a medida que veo a esta mujer, se me va quitando el miedo y va dejando paso a la compasión.


-"Shhhh, hable bajito" - me dice en un susurro - "No quiero que ella se entere, es ella la que me hace daño, y necesito su ayuda"


- "Ah vale" - digo susurrando, intentando entender cuál es la "película" que esta mujer se ha montado en su locura, y ver qué papel espera que yo juegue - "¿Quién es ella?"


- "Mi madre, no ve usted que me ha envenenado, no ve que se me ha puesto el pelo blanco"- me dice mientras se pasa la mano por la cabeza y me muestra el mechón de pelo negro azabache - "y por eso me duele el pecho, es el veneno... nooooo" - continua mientras empieza a llorar de nuevo y volver a mirar sus manos. Entre lágrimas me sigue hablando - "es que es mi madre la que está trayendo todo el hachís a España, vaya usted al sótano de la casa y verá un montón de cajas, eso es del hachís... y claro... cómo le quiero avisar a la policía, ella no me deja y por eso me envenena, y yo no me quiero moriiiirrr...."


Sigo hablando un rato con ella, intentando sacar algo de información del dolor del pecho, veo que es un dolor que no cumple ningún patrón alarmante. Además le pido que me deje examinarla y veo que se deja examinar, aunque algo nerviosa y desconfiada, después de una hora, que la valoro y no aprecio nada que me preocupe, salvo los delirios que está teniendo, pienso "vale, esta mujer estará con un brote suyo, y necesito pincharle el haloperidol y un poquito de sedación, para poder llevarla al hospital, ¿cómo demonios la convenzo para que se deje pinchar, sin usar la fuerza?..." y ¡plin!, se me enciende la bombilla.


- "Mira Mercedes, tu tranquila" - le digo a la vez que voy sacando de mi bolsillo el otoscopio que suelo tener en esta época donde abundan los niños con otitis (pequeño aparatejo que usamos los médicos para ver los oídos) - " esto que traigo aquí es un aparato que nos permite a los médicos investigar a través de la raíz de un pelo distintos venenos, y esto otro que tengo acá" - digo, mientras saco de otro bolsillo varias ampollas de distintos medicamentos, entre ellos el haloperidol y el midazolam - " son distintos antídotos, así que necesito que te quites un pelo de raíz para poderlo analizar y así vemos que antídoto hay que ponerte, yo te pongo la primera dosis acá, y luego te vienes conmigo al hospital para ponerte las demás, ¿te parece?"


A esa mujer se le pusieron los ojos como platos de grandes - "¡Si doctora, si!"- y se arranca con determinación unos cuántos pelos y me los entrega a la mano. Yo hago un paripé de que estoy valorando las raíces de los dichosos pelos con el otoscopio y ella insiste - "¿Ya lo sabe Ud doctora? ¿que veneno es? ¡¿que veneno es?!". 


- "Espera Mercedes, que si me presionas no puedo concentrarme" - le respondo - " ¡Estate tranquila unos segundos!". 


Dicho esto, la mujer se repliega en el cabecero de su cama, metiéndose tres dedos en la boca y mordiéndose las uñas bastante nerviosa.


- "¡¡Lo tengo Mercedes!!, ya sé que veneno es y ¡los antídotos a usar son estos!" - le digo mientras le muestro las dos ampollas: haloperidol y midazolam.- "Pero Mercedes esto te los tengo que poner pinchados en el culete, ¿te importa?"


- " No doctora, ¡Ud pinche, Ud picnhe!" - insiste a la vez que se descubre una nalga. 


Le pincho los dos medicamentos, y le empiezo a explicar - "Mira Mercedes, estos antídotos son bastante potentes, y puede ser que te notes algo mareada o incluso con sueño, si notas sueño, no luches contra él, tu déjate dormir, que así ayudas al antídoto a hacer su trabajo, pero mientras tanto, venga, vámonos juntas a la ambulancia para poder sacarte de aquí, ¿vale?". 


- " Si doctora, sáqueme de aquí". 


- "Me tienes que prometer que te vas a portar bien, que no le vas a hacer daño a nadie, vale?"


- "Vale" - dice con voz algo más apagada, pero no del todo convencida. 


Con un gesto le pido que me de la mano y ella termina abrazándome. Abro la puerta de su habitación y veo que están en el rellano de la casa la madre y el de la ambulancia, al que le hago señas para que vaya abriendo la ambulancia y a la madre para que se quite de allí. Sin embargo la madre al ver a su hija se intenta acercare a ella - "Mercedes" - le dice con su voz temblorosa y con un tono de angustia, y la hija al escucharla empieza a gritar "Dejameeeee, asesinaaaaaa". Así que le hago señas a la madre para que se quite de la vista de la hija y la pobre mujer se retira con el corazón echo pedacitos. 


Así, abrazada a Mercedes, me subo a la ambulancia, y durante el trayecto al hospital la mujer se termina de sedar, dejándola ya a manos de los compañeros de salud mental. 


Días después me encontraría a la madre que me comentaría que no sabía por qué, pero desde que su otro hijo se había divorciado y había vuelto a la casa y Mercedes había visto las cajas de las cosas de él en el sótano, se había puesto peor aún.... 


Definitivamente, por favor vida, no me permitas perder mi sano juicio... no quiero vivir ese infierno...