martes, 9 de diciembre de 2008

vacuna vph

Pequeñas presentaciones que les entrego a mis pacientes con información médica.

Link: Vacuna vph big2

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Mi vida en un carrito


¿Cómo he terminado acá? ¿cómo es posible un lugar tan oscuro? ¡que frío! Dios, que soledad...

Espera, ¿qué es eso? ¿un recuerdo? Entre nubes veo a un padre, con mujer e hijos, ¡oh no! ¡que doloroso! si, el padre en el entierro de los tres, recuerdo muy doloroso que prefiero borrar, deseo ahogarlo.

Otro recuerdo... un joven, saliendo con los amigos, una esquina en sombras, un dinero pasa de mano en mano y pequeñas bolsitas llagan a nosotros, ¡si! ¡hora de diversión!, ¡oh no que doloroso, ¡que estúpido fui!

Distintos recuerdos, distintas historias... todas llevan a la oscuridad. Todo está apagado, hasta la realidad ya no es realidad, sólo hay dolor y soledad.

Ya no sé cómo salir de aquí. Veo la cara de la gente al verme, evaden la mirada, no quieren mirar, ¿soy un monstruo?, si eso es lo que soy, un monstruo de mi propia destrucción, soy la tristeza, soy el odio, soy el miedo, soy la soledad.

Dios, me rodea la oscuridad, no se cómo llegué aquí, solo se que no se cómo salir. Cada día que pasa es más difícil escapar, esta es la realidad que conozco, pero no la quiero ¿o si?

Mi vida en un carrito, mis recuerdos en la niebla, mi comida escueta en una escalera y día tras día ahogo la pena.

¡Ayuda! ¡necesito ayuda! ¿qué es eso? ¿luz? ¿cómo es posible? ¿luz en la oscuridad?, quiero ir allí, pero no se cómo ¿cómo un monstruo puede ver la luz?

¡Ayúdame! No me temas, tengo mi historia, tengo mis recuerdos, no se cómo llegue acá, no se cómo salir. Puedo ser tu hijo... puedo ser tu padre...

Hace frío... estamos solos ¿o no? ¿eres tú?

¡Sácame de aquí! y si no puedes, si no es tu labor, no me quites la mirada, ¡porque existo!

¡Alguien por favor! Una mano... que me guíe a la luz.

Se que puedo ser malo, se que puedo ser desagradable, porque soy soledad, soy oscuridad...

Pero intenta ver detrás de ese velo, mira al fondo de mis ojos, allí, ¡eso! allí, ahí está mi propia luz, muy apagada, muy tenue, pero está... no dejes que se apague, no dejes que muera, cuando lo haga no hay vuelta atrás...


martes, 2 de diciembre de 2008

Crónicas de un ambulatorio en el pueblo de los condenados: ME DUELE LA RODILLA

La noche de un domingo de verano, con el estupendo clima de las noches veraniegas andaluzas, además de ser un verano particularmente suave, donde se ha mantenido una brisa fresca que alegra el espíritu. Particularmente mi espíritu no tan alegre con 30 horas de trabajo sobre los hombros, con una poco dormida noche anterior pues no paró de sonar el timbre de la puerta, alguna persona solicitando ayuda, menos mal que nada realmente grave.

Son las 2.00 AM de la noche del domingo para el lunes y yo doy cabezadas en el sofá del cuarto de médicos; es rara la noche en la que estoy de guardia que duermo a pierna suelta. Suena el timbre, con su sonido estridente, que hasta los sordos son capaces de oír “¡para ca para ca para ca pa!”, me levanto del sofá, levanto el telefonillo y veo a través de la cámara que hay junto a la puerta de madera, en la calle, a una mujer de mediana edad, regordeta, de aproximadamente unos 1.60 metros de estatura.

- “Perdoneeee, ¿puedo pasar?, ¿hay un médico?”
- “Si Sra., empuje la puerta que le abro”- le digo mientras me estrujo los ojos tratando de despejar mi cabeza del sueño; le doy al botón para abrir la puerta de madera, recojo el fonendoscopio de la mesa y me voy a la consulta de urgencias a abrirle a la Sra.

Veo que entra la mujer con un caminar pausado, arrastrando los pies, la vista el suelo, hombros caídos y el bolso en la mano. Le sigo hasta que se sienta y me siento del otro lado del escritorio.

- “Buenas noches Sra.” – le digo viéndola a los ojos – “cuénteme, ¿qué le trae por aquí?”.

Veo a una mujer de cara regordeta, labios delgados y fruncidos, nariz pequeña y caída, mandíbula inferior pronunciada, ojos juntos y un cabello negro azabache, ese color que muestra la herencia árabe de las gentes de estas tierras.

- “Mire Ud, es que me duele la rodilla, y es que el dolor no me deja dormir” – dice con voz entrecortada, pero alargando las palabras y frunciendo el seño, como el hablar le tomara un esfuerzo mental mayor del normal.

- “Muy bien, ¿desde cuándo le duele?”

- “Pues desde hace un año” – Yo, cayendo en el egoísmo que caracteriza a la raza humana pienso: ¡¿Y ahora es que viene?!

- “¿Ud está siendo vista por algún médico?” – le pregunto.

- “No… pero es que yo vengo porque me duele” – responde lentamente,

- “OK, pero eso se lo debe de ver su médico de cabecera, yo ahora mismo no puedo saber, con certeza, por qué le duele, sólo puedo calmarle el dolor” – le digo mientras me levanto a examinar esa rodilla.

Empiezo a tocársela, a moverle la pierna y hacer las distintas maniobras que los médicos hacemos para orientarnos sobre qué puede ocurrir en tan problemática articulación, mientras le pregunto si duele o no a cada movimiento.

Al terminar de examinarla le digo lentamente – “Lo más probable es que Ud tenga artrosis en esa rodilla, yo puedo darle algo para el dolor de forma que pueda Ud pasar la noche y mañana venga al médico de cabecera a que le miren y le hagan lo que corresponda”

- “¡No!, es que yo vengo a que Ud me opere” me dice totalmente convencida de que es algo obvio, con lo cual voy afirmando mis sospechas de que la pobre tiene algún nivel de retraso mental.

- “Pero Sra., esto es una consulta de urgencias de un ambulatorio, aquí no se opera” digo con calma y con un poco de tristeza al ver la realidad que se me planteaba.

- “Yo vine hace unos días acá y me vio otro médico y me dijo que me iban a operar, y yo vengo a que me operen” – dice con un poco de indignación en la voz y el seño fruncido.

Claro – pienso yo – le deben de haber comentado que había distintas terapias y que una de ellas es la cirugía, pero la pobre no debe de haber entendido que eso depende de muchas cosas y que nosotros no estamos en posición de saberlo.

- “Sra., aquí no se opera, es el médico de cabecera, junto con otros médicos (el traumatólogo – pienso en ese momento – pero qué sentido tiene decirle una palabra que en 5 minutos no sabrá pronunciar y no sabe lo que significa) los que deciden si hay que operarla o no… ¿por qué no hacemos que yo le pongo algo para el dolor y Ud mañana viene al médico? Él la podrá ver mucho mejor que yo”

- “Vale, pero quíteme el dolor para poder dormir” – dice en voz alta y con un suspiro de resignación, para luego empezar a murmurar entre dientes – “mañana venir al médico, mañana venir al médico…” - unas 5 ó 6 veces, lo que confirma mis sospechas con un encogimiento del corazón.

Preparo una inyección de analgésico, se la coloco y luego tengo que escribir en el registro interno de casos del ambulatorio, donde debo colocar la hora, nombre, apellido, edad, dirección y motivo de consulta.

Mientras ella se termina de subir la falda, yo me siento en el escritorio, veo mi reloj: 02.35, puff!!, que tarde y que sueño tengo! Y aún me queda toda la noche! – pienso, mientras escribo la hora.

Levanto la vista y ella ya está sentada de nuevo, viéndome con total ingenuidad.

- “Su nombre por favor”

- “¡María! ¡Pérez! ¡González!” – responde ella, igual que los niños chicos que al decir su nombre no lo dicen con fluidez, sino con un golpe de voz en cada palabra.

- “Vale María, ¿cuántos años tienes?” – le pregunto, reprimiéndome a mí misma por no venir a saber su nombre hasta casi terminada la consulta.

- “3, los acabo de hacer el 20”

- “¿Mm?, María, ¿cuántos años tienes?”

- “¡Que 3!, ¡Que los acabo de echar el 20!” – dice convencida y hasta un poco molesta de tener que repetirse.

La miro fijamente, con ternura – “María ¿tú tienes 3 años?”

A esa mujer se le transfiguró la casa, pasando del total convencimiento a la frustración y vergüenza. Abre su bolso, que tiene sobre las piernas, saca su cartera y lentamente en ella busca su DNI (documento de identidad)

- “Tome Dra., es que me confundo y no me acuerdo” – dice a la vez que me entrega el DNI.

Miro el DNI con profunda compasión y ceo que tiene ¡sólo 42 años!
- “María, Ud tiene 42 años” – le digo con una sonrisa.

Ella empieza con la letanía murmurada – “42 años, 42 años…” otras 5 ó 6 veces, forzando su memoria en poder retener información de su propia existencia.

Escribo la dirección del DNI leyéndola en voz alta y ella diciéndome - “¡Allí vivo yo!” – con los ojos muy abiertos y la sonrisa de satisfacción de poder reconocer y recordar algo.

Le devuelvo el DNI y con la misma lentitud proceso inverso, DNI a cartera y cartera a bolso.

Me levanto del escritorio para acompañarle a la puerta y con mi mano en su hombro, viéndole a la cara le pregunto – “María, ¿Ud vive sola?”

- “Si, vivo sola, mi madre ha muerto” - responde mientras vuelve otra vez la vista al suelo, como para verificar cada uno de sus pasos o que la soledad le pesaba mucho en los hombros… y así comienza su caminar arrastrado.

Le abro la puerta y la veo caminar lentamente hasta la esquina donde la pierdo de vista, a la vez que pienso – ¡Joder! ¡Y yo que me quejo de un trasnocho!, ojalá un trasnocho fueran todos los problemas del mundo…” y con una mezcla de sentimientos que me aprietan el pecho le cierro la puerta a la noche.

CRÓNICAS DE UN AMBULATORIO EN EL PUEBLO DE LOS CONDENADOS.

En un punto del sur de España, en la hermosa tierra de Andalucía existe un pequeño pueblo, el Pueblo de los Condenados, lugar donde se desarrolla esta historia.

El ambulatorio de este lugar es pequeño, como el pueblo mismo, con sus servicios normales, aunque con ciertas peculiaridades, pues pocas cosas en este pueblo son como en el resto de los lugares. Una pequeña habitación del ambulatorio se ha colocado como una Consulta de Urgencias y es allí dónde los médicos de urgencia trabajamos, por tanto es el lugar central de estas crónicas.

La Consulta de Urgencias es una habitación pequeña, con 2 puertas, una de ellas da a una sala de estar que es entrada del ambulatorio, que a su vez tiene una puerta grande de madera que nos separa del mundo exterior. La segunda puerta de la consulta de urgencias da al interior del ambulatorio, teniendo frente a sí la puerta de entrada a la habitación del cuarto de médicos, habitación larga, con un escritorio con 8 sillas, un sofá, una cama y un baño con ducha; para nosotros nuestro centro de meditación y descanso del ejercicio de esta noble profesión.

Al fondo de la consulta de urgencias hay una ventana grande de madera, que permite el paso de una gran cantidad de luz, con la silla del médico dándole la espalda, el escritorio y la silla del paciente al otro lado del mismo, de forma que toda la luz que entra por la ventana se repose en el paciente. Una camilla y 2 muebles con los medicamentes básicos, un tercer mueble con agujas y alcohol, una bombona de oxígeno, mascarillas para nebulizar, electrocardiograma, algunas sondas, suturas y poco más…

El primer día que llegué lo hice con un poco de nervios, los que siempre me causan la novedad, pero también con alegría que aún conservo a pesar de ver situaciones que van más allá de mis manos, más allá de una inyección o una pastilla.

Luego de tener un tiempo trabajando te terminas acostumbrando a las excentricidades de este pueblo, a sus rarezas y aprendes a querer a sus gentes, a ver la naturaleza humana desde otra perspectiva, en mi caso desde la comprensión y la piedad.

Estas crónicas las iré mostrando caso a caso (casos recopilados de mi experiencia personal y de las vivencias de mis compañeros), aunque como se entenderá, variaré cierta información con el fin de mantener el Secreto Médico, base importante y principal en el ejercicio de esta profesión, que ha sido mi amante por 10 años y lo seguirá siendo hasta que llegue mi día, la medicina.

Así, por tanto, no se usarán los nombres reales de los pacientes, o no se colocará ninguno, se alteraran horas, días, incluso edades y podrá hasta cambiarse uno que otro signo o síntoma, sin por tanto disminuir la veracidad, credibilidad y potencial aleccionador de estas historias.

Es probable que luego de algunos casos pueda agregar un pequeño (o no tan pequeño) “in-sight”, es decir, una valoración y análisis personal de los mismos, pero eso irá surgiendo a medida que escriba estas páginas y de las ganas en el momento.

Antes de empezar a contar cada caso en particular creo importante describir ciertas características del Pueblo de los Condenados que le permitirá a Ud, mi paciente lector, entender mejor el contexto y sus gentes.

El Pueblo de los Condenados es pequeño, rondará los 5.000 habitantes, con una población muy variada, lugareños, gitanos, marroquíes, magrebíes, personas de Europa del este (en conclusión, prácticamente cualquier punto de Andalucía). Este lugar vive de actividades comerciales locales típicas de cualquier comunidad: bares, restaurantes, mercado, tiendas, panadería, farmacia… más también viven del campo, del trabajo arduo de la tierra y el cultivo, con lo cual sus habitantes suelen ser personas de estratos socio-económicos no tan altos al igual que sus niveles educativos, lo que no les quita de un gran bagaje cultural, de un conocimiento de la naturaleza que envidio y una manera de ver la vida totalmente distinta. Por último, otra peculiaridad que tiene es el alto número de personas con enfermedades mentales o déficit intelectuales y similares, junto con la reiteración de ciertos apellidos, presentados en diversos órdenes, cosa que nos ha llevado a concluir una posible mezcla de sangre intrafamiliar (primos con primos, tíos con sobrinas… y por el estilo)

Ya tomado a consideración todo esto, mi deseo no es otro que esperar que estas palabras puedan enseñarle la mitad de lo que yo he aprendido viviéndolas.