martes, 2 de diciembre de 2008

Crónicas de un ambulatorio en el pueblo de los condenados: ME DUELE LA RODILLA

La noche de un domingo de verano, con el estupendo clima de las noches veraniegas andaluzas, además de ser un verano particularmente suave, donde se ha mantenido una brisa fresca que alegra el espíritu. Particularmente mi espíritu no tan alegre con 30 horas de trabajo sobre los hombros, con una poco dormida noche anterior pues no paró de sonar el timbre de la puerta, alguna persona solicitando ayuda, menos mal que nada realmente grave.

Son las 2.00 AM de la noche del domingo para el lunes y yo doy cabezadas en el sofá del cuarto de médicos; es rara la noche en la que estoy de guardia que duermo a pierna suelta. Suena el timbre, con su sonido estridente, que hasta los sordos son capaces de oír “¡para ca para ca para ca pa!”, me levanto del sofá, levanto el telefonillo y veo a través de la cámara que hay junto a la puerta de madera, en la calle, a una mujer de mediana edad, regordeta, de aproximadamente unos 1.60 metros de estatura.

- “Perdoneeee, ¿puedo pasar?, ¿hay un médico?”
- “Si Sra., empuje la puerta que le abro”- le digo mientras me estrujo los ojos tratando de despejar mi cabeza del sueño; le doy al botón para abrir la puerta de madera, recojo el fonendoscopio de la mesa y me voy a la consulta de urgencias a abrirle a la Sra.

Veo que entra la mujer con un caminar pausado, arrastrando los pies, la vista el suelo, hombros caídos y el bolso en la mano. Le sigo hasta que se sienta y me siento del otro lado del escritorio.

- “Buenas noches Sra.” – le digo viéndola a los ojos – “cuénteme, ¿qué le trae por aquí?”.

Veo a una mujer de cara regordeta, labios delgados y fruncidos, nariz pequeña y caída, mandíbula inferior pronunciada, ojos juntos y un cabello negro azabache, ese color que muestra la herencia árabe de las gentes de estas tierras.

- “Mire Ud, es que me duele la rodilla, y es que el dolor no me deja dormir” – dice con voz entrecortada, pero alargando las palabras y frunciendo el seño, como el hablar le tomara un esfuerzo mental mayor del normal.

- “Muy bien, ¿desde cuándo le duele?”

- “Pues desde hace un año” – Yo, cayendo en el egoísmo que caracteriza a la raza humana pienso: ¡¿Y ahora es que viene?!

- “¿Ud está siendo vista por algún médico?” – le pregunto.

- “No… pero es que yo vengo porque me duele” – responde lentamente,

- “OK, pero eso se lo debe de ver su médico de cabecera, yo ahora mismo no puedo saber, con certeza, por qué le duele, sólo puedo calmarle el dolor” – le digo mientras me levanto a examinar esa rodilla.

Empiezo a tocársela, a moverle la pierna y hacer las distintas maniobras que los médicos hacemos para orientarnos sobre qué puede ocurrir en tan problemática articulación, mientras le pregunto si duele o no a cada movimiento.

Al terminar de examinarla le digo lentamente – “Lo más probable es que Ud tenga artrosis en esa rodilla, yo puedo darle algo para el dolor de forma que pueda Ud pasar la noche y mañana venga al médico de cabecera a que le miren y le hagan lo que corresponda”

- “¡No!, es que yo vengo a que Ud me opere” me dice totalmente convencida de que es algo obvio, con lo cual voy afirmando mis sospechas de que la pobre tiene algún nivel de retraso mental.

- “Pero Sra., esto es una consulta de urgencias de un ambulatorio, aquí no se opera” digo con calma y con un poco de tristeza al ver la realidad que se me planteaba.

- “Yo vine hace unos días acá y me vio otro médico y me dijo que me iban a operar, y yo vengo a que me operen” – dice con un poco de indignación en la voz y el seño fruncido.

Claro – pienso yo – le deben de haber comentado que había distintas terapias y que una de ellas es la cirugía, pero la pobre no debe de haber entendido que eso depende de muchas cosas y que nosotros no estamos en posición de saberlo.

- “Sra., aquí no se opera, es el médico de cabecera, junto con otros médicos (el traumatólogo – pienso en ese momento – pero qué sentido tiene decirle una palabra que en 5 minutos no sabrá pronunciar y no sabe lo que significa) los que deciden si hay que operarla o no… ¿por qué no hacemos que yo le pongo algo para el dolor y Ud mañana viene al médico? Él la podrá ver mucho mejor que yo”

- “Vale, pero quíteme el dolor para poder dormir” – dice en voz alta y con un suspiro de resignación, para luego empezar a murmurar entre dientes – “mañana venir al médico, mañana venir al médico…” - unas 5 ó 6 veces, lo que confirma mis sospechas con un encogimiento del corazón.

Preparo una inyección de analgésico, se la coloco y luego tengo que escribir en el registro interno de casos del ambulatorio, donde debo colocar la hora, nombre, apellido, edad, dirección y motivo de consulta.

Mientras ella se termina de subir la falda, yo me siento en el escritorio, veo mi reloj: 02.35, puff!!, que tarde y que sueño tengo! Y aún me queda toda la noche! – pienso, mientras escribo la hora.

Levanto la vista y ella ya está sentada de nuevo, viéndome con total ingenuidad.

- “Su nombre por favor”

- “¡María! ¡Pérez! ¡González!” – responde ella, igual que los niños chicos que al decir su nombre no lo dicen con fluidez, sino con un golpe de voz en cada palabra.

- “Vale María, ¿cuántos años tienes?” – le pregunto, reprimiéndome a mí misma por no venir a saber su nombre hasta casi terminada la consulta.

- “3, los acabo de hacer el 20”

- “¿Mm?, María, ¿cuántos años tienes?”

- “¡Que 3!, ¡Que los acabo de echar el 20!” – dice convencida y hasta un poco molesta de tener que repetirse.

La miro fijamente, con ternura – “María ¿tú tienes 3 años?”

A esa mujer se le transfiguró la casa, pasando del total convencimiento a la frustración y vergüenza. Abre su bolso, que tiene sobre las piernas, saca su cartera y lentamente en ella busca su DNI (documento de identidad)

- “Tome Dra., es que me confundo y no me acuerdo” – dice a la vez que me entrega el DNI.

Miro el DNI con profunda compasión y ceo que tiene ¡sólo 42 años!
- “María, Ud tiene 42 años” – le digo con una sonrisa.

Ella empieza con la letanía murmurada – “42 años, 42 años…” otras 5 ó 6 veces, forzando su memoria en poder retener información de su propia existencia.

Escribo la dirección del DNI leyéndola en voz alta y ella diciéndome - “¡Allí vivo yo!” – con los ojos muy abiertos y la sonrisa de satisfacción de poder reconocer y recordar algo.

Le devuelvo el DNI y con la misma lentitud proceso inverso, DNI a cartera y cartera a bolso.

Me levanto del escritorio para acompañarle a la puerta y con mi mano en su hombro, viéndole a la cara le pregunto – “María, ¿Ud vive sola?”

- “Si, vivo sola, mi madre ha muerto” - responde mientras vuelve otra vez la vista al suelo, como para verificar cada uno de sus pasos o que la soledad le pesaba mucho en los hombros… y así comienza su caminar arrastrado.

Le abro la puerta y la veo caminar lentamente hasta la esquina donde la pierdo de vista, a la vez que pienso – ¡Joder! ¡Y yo que me quejo de un trasnocho!, ojalá un trasnocho fueran todos los problemas del mundo…” y con una mezcla de sentimientos que me aprietan el pecho le cierro la puerta a la noche.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien Laurita!!, ¿el nombre de la buena señora no es el autentico verdad?

Un par de besotes ,,,Jorge

Laura A. Hoogesteyn dijo...

No, claro que no.
Gracias y un besote también para ti!

ֶ Ҝємэптαяι ֶ dijo...

Pues sí, enternecedor y triste al mismo tiempo.
¡Cuantas historias por contar! ¡y que pocas entradas en tu blog! jejeje.
MUARL!